hay una vida después del trabajo
por qué desconectarte + el primer “no soy yo, es la _______” de nuestra comunidad de lectores 💖
Piensas que tienes control de tu vida hasta que un día te encuentras trabajando remoto desde una oficina médica – literalmente con computadora en falda, celular en mano – mientras te realizan una mamografía.
Quisiera decir que es una exageración o una alteración cómica (trágica) de los hechos, pero es mi verdad. Sentada en ese cuarto oscuro y cagadísima del frío, me encontré a mis veintisiete, rogándole al universo que los motivos de mi visita no fueran más que un susto – un evento canónico – for the plot, if you will. Y aún así no me sentí en la libertad de desocuparme del trabajo.
Sé que muchas personas lamentan alguna que otra oportunidad desperdiciada o aventura épica de sus veintes. Honestamente, recuerdo con mucho cariño a la Ale-Marie de sus early twenties (gracias en su mayoría a mi Snapchat History – btw, yo era una Snap Streak fiend). En aquel entonces, mis amistades y yo teníamos una fuente de energía renovable y una capacidad para tomar buenas malas decisiones. Vivíamos con la alegría única a la ingenuidad de la juventud.
De más está decirte que el salto de los 22 a 25 fue violento. La pasé muy bien en mis veinti-tantos hasta que nuestro culto a la productividad empezó a cobrar intereses. En algún punto, mi lóbulo frontal hizo check-in y entró la “madurez”. En mis veinti-tantos fui de colarme a beber en laboratorios de MIT en horas de la madrugada a contestar correos electrónicos a la misma hora y desesperadamente sobria. Porque pensaba que eso era de personas adultas maduras y responsables. (No estoy sugiriendo que beber en un laboratorio es más responsable que trabajar toda una noche. Ninguna de las dos lo son, pero solo una hace una buena historia.)
Sin saber cuándo, me convertí en una de esas personas que solo hablaban de trabajo. Mi teléfono vivía permanentemente adherido a mi mano y sonaba tanto que ya ni me daba cuenta. Podía llevar una conversación en persona y otra en mensaje de texto a la vez. Rara la vez veía a mis amistades porque me la pasaba trabajando. Siempre cargaba mi laptop encima por si acaso. Siempre estaba perpetuamente disponible para cualquier tarea. Siempre contestaba los correos electrónicos (sin importar la hora).
Era fiel a mi empleo – no importaba el rol. I went above and beyond. Cargaba mis compromisos profesionales como medalla de honor. Creía en la meritocracia hasta para ganarme mis descansos. Llegué a pasar años sin tomarme aunque fuera un día por enfermedad. Aunque colaboré con personas brillantes y les dimos vida a proyectos de los cuales siempre estaré orgullosa, mi personalidad se convirtió en todo lo que podía producir en vez de lo que podía vivir. ¿Y lo mejor de todo? Nunca cobraba horas extra y trabajaba sin beneficios. En resumidas cuentas, era la empleada ‘perfecta’ para un sistema que no busca detenerse.
La yo que trabajaba hasta el desgaste es una versión pasada a quien recuerdo con mucha paciencia, tristeza y ternura. Era una joven más, jugando a ser adulta (whatever that means), con los términos y condiciones que nos propusieron desde que se nos asentó la consciencia. Vivía convencida de que podía derrocar la inequidad y la injusticia si encontraba mi “dream job”. Y que como mujer, la entrega de mi paz y bienestar era un mal necesario para triunfar porque era indicativo de compromiso, moral y capacidad. Porque, pues, we just have to ‘lean in’.
Como dirían por ahí, I girlbossed a little too close to the sun.
Entiendo que no trabajar no es una opción. También entiendo perfectamente que la labor es parte indispensable de la experiencia humana – que los mejores avances y logros han surgido gracias a la dedicación y obra de personas comunes y corrientes con un arsenal de curiosidad y esperanza. Lo que ya no entiendo y rechazo enfáticamente es la idea de perderme, de explotar mi cuerpo y mente a tal nivel que al llegar al cierre de mis días, no tenga energías para más que tirarme en el sofá a contemplar mi existencia.
Pero ya yo me perdoné.
Me cuesta entender cómo millones de años de evolución en una gran roca flotante reducen nuestro propósito a contestar correos electrónicos o producir. No vinimos al mundo a sufrir. Ese jamás pudo haber sido el propósito. O por lo menos eso es lo que le digo a mis panas cuando ya he bebido unos palos de más y el existencialismo me respira en la nuca.
Por más indispensable que sea el trabajo para sobrevivir, no tiene – ni debe – ser a nuestra costa. Nadie merece entregar su humanidad a cambio de tener un hogar seguro o evitar pasar hambre. Ninguna persona merece trabajar desde el miedo y la austeridad, obligándose hasta lo último para obtener lo mínimo. Me rehúso a aceptar que ‘el trabajo dignifica’. Porque es lo opuesto. La vida dignifica. Sentirla en toda su posibilidad nos hace mejores personas. Y para lograr eso, nos toca la oportunidad de genuinamente vivirla.
Merecemos descanso. Merecemos alegría. Merecemos algo tan sencillo como poder llegar a fin de mes y tener una vida próspera, sin importar cuántas horas de más hemos trabajado o nuestro “compromiso” a cualquier entidad o empresa. El descanso y la alegría son de las pocas cosas que aún nos quedan que son netamente nuestras. Son los elementos indispensables que permitieron a nuestres ancestres luchar a pesar de las heridas. No queda más que defenderlas con la misma convicción y hambre con las que construimos nuestras carreras.
Nadie te dice que el cuerpo se envicia con el estrés, con la costumbre de siempre sentir la necesidad de ‘lograr’ algo. Ha sido una misión de años el desaprender para conocerme de nuevo. Toma mucha autocompasión y ternura el regularse, el entenderse como persona y no máquina después de tanto tiempo. Aún en mis mejores días me cuesta desprenderme por completo de las presiones y expectativas de los espacios de trabajo. Pero ahí vamos, poco a poco entendiéndome como persona digna que merece existir simplemente por estar, con sus propios anhelos, curiosidades, necesidades y, después de tanto, muchísimo sueño.
¿Quién serás mañana si hoy te permites hacer aquello a lo que le tienes miedo?
Contigo en crisis,
ale-marie
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“Cumplo la mayoría de los puntos que la sociedad exige para sentirte “realizada”. A los treinta años, tengo un trabajo que me apasiona y en lo que estudié, estoy casada con el hombre que amo y tengo casa y auto propio. Aún así la ansiedad me consume y siento que no soy suficiente. Si descanso y tomo tiempo para mí, me siento culpable, si no lo hago también. Aún así siento que falta algo porque en esta sociedad nada es suficiente, ser tú no es suficiente.”
Querida necesidad de pertenecer,
¿Qué es ‘ser suficiente’? Porque cada vez que me he hecho la pregunta, termino con más dudas que respuestas. Hago una lista de todo lo que mi mente ha categorizado como ‘suficiente’, y entre las cosas que he logrado y las que no me interesan, no paro de pensar en que el mandato a ‘ser suficiente’ no es más que una trampa.
¿Quién definió la suficiencia? ¿Bajo qué mérito? ¿Hay un Colegio de Personas Suficientes™ que amerita una cuota anual a la cual no estamos abonando? ¿Por qué nos enfocamos tanto en ‘ser suficientes’ y no en estar satisfeches?
No soy experta, pero mi experiencia me dice que bajo las definiciones sociales, jamás nadie será suficiente. Cada vez que logramos algo, nos cambian las reglas del juego. Hasta las personas más “realizadas” se miran en el espejo y piensan en lo que les falta, muy poco en lo que ya tienen.
Quizás mejor nos toca rendirnos. Quizás, después de todo, lo mejor que podemos hacer es aceptar que sí, que para este mundo nunca ‘seremos lo suficiente’. ¿Qué podemos hacer con nuestras vidas luego de liberarnos de esa expectativa?
[“No soy yo, es la _______” es sección nutrida por la comunidad de lectores de Perfectamente Normal. Para someter tu propio pensamiento, experiencia, o historia graciosa pulsa aquí.]
✨HOLY GRAILS DE LA SEMANA✨
Hace algunas semanas le pedí a la comunidad de perfectamente normal qué otras secciones les gustaría ver en el blog. ¡Muchas personas querían leer recomendaciones de productos, estilos y libros! De ahora en adelante estaré compartiendo una que otra en el blog. *No hago dinero de ninguna de estas recomendaciones.* ¡Gracias por su insumo! ♥️
💇🏻♀️ dae monsoon moisture mask ($32) – probé un sample y fue lo peor que pudo pasar, porque me vi obligada a hacer la inversión 😩; it really made my hair *that* girl!
🚑 scünci snap clips ($3) – mis fiel compañeras desde la high, las mejores amigas de todas las que insistimos tener pollina a pesar de ir al gym / hacer ejercicio.
📚 currently reading: el laberinto de los espíritus, carlos ruiz zafón – esta novela es la conclusión a la serie de la sombra del viento and it has me by the neck! la sombra del viento es de mis novelas favoritas y me estoy viviendo cada una de las 900+ páginas.
No puedo cerrar esta entrada sin pensar en Jackeline Santiago Rodríguez. Tenía 38 años de edad cuando hace menos de una semana, su feminicida Luis Cruz Santiago, le arrebató la vida en un cuartel de policía. Jackeline es uno de al menos 8 casos de feminicidios reportados en Puerto Rico en lo que va del año – pero era mucho más que eso.
Jackeline era una mujer joven, llena de sueños y madre de tres. Era cualquiera de nosotras con la ilusión de hacer lo mejor posible y marcar una diferencia. Siempre será una hija y querida amiga. Y ahora es responsabilidad de un estado que no ha cumplido su cometido de protegernos y crear una sociedad de equidad, libre de violencias.
Nos tocará a nosotras seguir gritando, repitiendo la pregunta: ¿Dónde está el estado de emergencia?
Si estás en una situación de emergencia, considera esta guía de recursos para cuando estés dispueste – no estás sole. Si no y tienes la habilidad, considera donar al Fondo Paz de Paz para las Mujeres, un fondo creado para apoyar directamente las necesidades económicas de emergencia de las personas sobrevivientes.
Qué muchas BARRAS😭 Me encantó escucharte leyendo parte de la entrada♥️
Me encantó eso de que no es el trabajo el que dignifica, es la vida. Cuan cierto es.