los lugares en peligro de extinción
*nerd alert!* aquí una entrada que finalmente le da uso a mi grado universitario (y demasiado caro) en antropología.
Érase una vez, en una temporalidad no tan lejana, personas como tú y yo teníamos espacios para ser orgánicamente humanas. Podíamos frecuentar lugares con la expectativa de que nuestra gente estaría ahí. No había que coordinar con semanas de anticipación, ni tan siquiera enviar un mensaje para saber dónde encontrarse. Llegábamos de paracaídas a los espacios, con la única expectativa de ver una o varias caras amistosas para ser personas por unas horas, hasta que otras responsabilidades nos llamaran por nombre y apellido.
Si aún no sabes a los espacios que me refiero (y aún no te has topado con mi hyper-fixation series en TikTok), permíteme presentarte formalmente a mi Roman Empire: la teoría de los terceros lugares – los terceros espacios. Estos son los lugares ‘neutrales’, en donde, en teoría, las personas se desenvuelven y construyen comunidad fuera de las responsabilidades domésticas y laborales. Según el sociólogo estadounidense Ray Oldenburg, los terceros espacios son aquellos lugares que no son el hogar (el primer lugar), ni el trabajo (el segundo lugar). Cuento largo corto: son los espacios donde nos organizamos naturalmente para socializar a pesar de nuestras circunstancias, pasar tiempo y crear memorias y lazos que nos llenan de vida. Pero, ¿recuerdas cuando dije en teoría?
Hoy en día, estos espacios parecieran ser lugares míticos. Aunque lejos de ser un concepto de fantasía, poder disfrutar de uno en el 2024 parece tener el mismo nivel de probabilidad que toparse con un unicornio.
Supongo que si fueras a imaginarme en estos momentos, me verías agachada frente a mi computadora con un sombrero de aluminio y una pared de conceptos e imágenes unidas por un hilo rojo. Si te soy honesta, creo que es la única manera apropiada de visualizarme cuando hablo de los terceros espacios.
En la entrada “¿estas ________ or are you just lonely?” escribí sobre la epidemia de soledad que enfrentamos hoy en día. Para entender cómo es que llegamos ahí, tenemos que hablar sobre la destrucción y el desplazamiento de los terceros espacios. Porque esta es nuestra realidad: tener espacios de ocio y disfrute colectivo en nuestro diario es una idea mítica, nostálgica, y casi inexistente. Los terceros espacios se suman a la larga lista de cosas que nos arrebató el sistema y el capitalismo. Ahora son más comunes los estacionamientos vacíos que el disfrutar de parques públicos habilitados para sentarse a ver pasar el día.
Para mí, la falta de terceros espacios para disfrutar y ser personas más allá de las presiones domésticas y profesionales, es de los engaños más grandes que he enfrentado una vez llegada a la adultez. Desde pequeña me reventé estudiando para sacar buenas notas y conseguir un buen trabajo – me repitieron una y otra vez que esa sería de las únicas maneras para garantizar un futuro pleno y exitoso. Como muchas otras personas, me comí el cuento de que el trabajo dignifica. Color me surprised cuando después de tanto sacrificio, finalmente entendí que nunca tendría una vida como la de los personajes de FRIENDS, casualmente disfrutando de mis amistades diariamente en mi propio Central Perk.
No siempre fue así.
De hecho, la razón por la cual tenía esta idea tan romantizada de lo que sería mi vida es porque lo vi en las personas adultas que me rodeaban. Se me hace imposible hablar de los terceros espacios y no pensar en mi abuelo, el gran Alejandro Miranda Echevarría y a quien extraño todos los días. Desde que tengo uso de la memoria, siempre pensé en mi abuelo como el alcalde no-electo de Carraízo. Era imposible salir a la calle con él sin que se encontrara con alguien; a donde quiera que iba repartía sonrisas, apretones de manos y abrazos. Porque cuando no nos andaba alcahueteando con dulces y chistes, pasaba horas sentado afuera de la panadería de nuestra comunidad con los otros abuelos de Trujillo Alto.
Sin saber de antropología o términos sociológicos, mi abuelo se agrupó con otras personas de la comunidad, chismeando y tirando bromas que alimentaron los lazos de nuestra vecindad por años. No había tema que no se discutiera, y a pesar de no saber de nadie ni nada de lo que se hablaba, me entretenían sus historias y su alegría al poder confraternizar con las personas que le rodeaban. Crecí con ese ejemplo, pensando que en algún momento tendría mi Central Perk o mi panadería para hacer lo mismo. Vaya sorpresa la mía el encontrarme hoy escribiendo sobre los terceros espacios en vez de poder disfrutarlos.
Recuerdo con muchísimo cariño los terceros espacios que tuve érase una vez. En la escuela superior, mis amistades y yo nos juntamos religiosamente frente al salón de biología. Ahí estudiamos, comimos, chismeamos y hasta nos enamoramos por casi seis años continuos. Si no era en la escuela, era en casa de una amiga o en el Borders de Plaza las Américas (a sorpresa de nadie, porque yo era una quintessential emo kid).
En la universidad, a pesar de ya estar armados con teléfonos inteligentes, no hacían falta los mensajes de texto para ponernos al día o coordinar encontrarnos: si necesitabas hablarme, solo tenías que pasar por uno de los tres espacios designados de mi grupo de amistades. De hecho, todos los días ocupamos un booth en la cafetería del centro estudiantil, donde en más de una ocasión hicimos planes maquiavélicos para sacar a cualquier persona que se atreviera a ocupar nuestro espacio. (Like, how dare they, we always sat there!)
Ahora nos hacen falta los espacios para reunirnos. Pasar tiempo con nuestras amistades es un ejercicio cada vez más intencional que necesita de semanas de coordinación, tiempo y presupuesto. Escasean las bibliotecas gratuitas. Los parques públicos – si están disponibles – faltan de iluminación y cuidado (a menos que tengas el privilegio de vivir en zonas de alta alcurnia – ¿¡has visto los parques en Guaynabo!?). La mayoría de nosotres necesitamos de nuestros carros para movernos a cualquier parte. Y los cafés que en algún momento tenían iluminación cálida y sofás para pasar tiempo y descansar, ahora han sido reemplazados por espacios de servicio rápido, asientos incómodos y luces fluorescentes. La modernidad se puede ver muy linda en las revistas pero, ¿has intentado sentarte en un taburete minimalista? Mi espalda ya no puede con eso.
El tiempo es dinero y ante el sistema que sobrevivimos, ¿por qué se crearían espacios donde las personas puedan pasar tiempo pagando poco o nada en absoluto? ¿por qué existirían espacios donde personas de todas las diversidades y clases puedan interactuar, crear comunidad y hasta organizarse? Si eres comerciante y necesitas una respuesta inmediata: Porque necesitamos de estos espacios para tener calidad de vida.
A pesar del cuento de que ser independientes es indicativo del éxito, todes sobrevivimos con una soledad que nos desespera y nos aísla al no atrevernos a nombrarla. Perfectamente Normal me ha dado la excusa perfecta para comenzar conversaciones que en otro contexto serían incómodas o inapropiadas: te sorprendería el aprender cuántas personas caminamos con una necesidad intensa de pertenecer, cuántas añoramos aquellos tiempos más sencillos cuando reír y compartir eran indispensables para nuestro cotidiano. No eres la única persona mirando a tu alrededor, preguntándote cómo otras siguen como si nada, aparentemente inafectadas por la falta de lugares para ser y estar sin riesgo. Some people are just better at pretending.
Desde que comencé a hablar de los terceros espacios, recibo preguntas semanalmente de cómo participar de ellos o crear los propios. Quisiera revelar una fórmula mágica o mi Guía Comprensiva Para Crear Terceros Espacios™, pero sufro del mismo mal que el resto. Pienso todos los días en cómo cultivar lugares y momentos para ser persona y conocer a otras, pero me doy contra la pared de una sociedad que se mueve cada vez más en torno al dinero y el tiempo que no tenemos.
No me queda más que concluir que, como todo lo otro que vale la pena en la vida, el rescate de los terceros espacios también será producto de nuestra resistencia. Nos toca desprendernos de la gratificación instantánea y crear nuevos músculos para construir otros días. Tomará esfuerzo en conjunto y un compromiso verdadero a hacer de los espacios accesibles e inclusivos. Sacudir el cansancio, pedir ayuda: aprender a ocupar nuestros entornos más allá de lo que podemos ofrecerles.
Quizás podamos abrir nuestras casas o caminar por nuestras comunidades para ver con qué o quiénes nos topamos. Podemos aprender de nuestros viejos, las estampillas en los colmados y las panaderías, y dejar a un lado nuestros teléfonos para hacer lo aterrorizante: hablar con personas desconocidas para de una manera u otra, aprender a conocernos a nosotres mismes. A lo mejor, de poco a poco, podemos nuevamente abrirnos a socializar, en vez de consumir, y a darnos los apoyos necesarios para que todes podamos participar de los espacios sin perder nada.
Contigo en crisis,
ale-marie
No le tenía nombre al deseo que tenía por tener un lugar donde simplemente pueda existir fuera de mi hogar. Diría que el anhelo por tener terceros espacios surgió desde al año pasado. Trabajo desde mi casa, y aunque tengo lugares designados para todo (cuarto q sirve de oficina para el trabajo, sala/comedor para ocio), quiero espacios para poder existir. Anhelo irme a sentar en un banco debajo de un árbol para leer o escuchar música como lo hacía cuando estudiaba en la UPRM. Extraño el espacio y comunidad que creó “La Cueva de Tarzan”, también en la UPRM, en donde el propósito era ir y existir viendo lo que ponían en el proyector, la música que ponían, o lo que quisieras hacer solo (estudiar, leer, whatever); solo vendían café y hot pockets. So te entiendo y te acompaño en la crisis.
Conocí de los terceros espacios por ti en tiktok. Siento que es un tema tan esencial, pero como bien dices, se pierde en esta sociedad capitalista. Me encantó el escrito, y definitivamente te acompaño en esta crisis.