¿qué hacemos con la amiga fuerte?
Oops, I did it again! Me fui en La Mala™ y me aislé de todo el mundo.
Me presento nuevamente: Hola, mi nombre es Alexandra-Marie, tengo 31 años, y tengo el síndrome de “la amiga fuerte”.
Hace dos semanas, decidí empezar a tomar medicamentos para manejar la depresión. Quiero adelantarme y decir que estoy bien, que fue una decisión que tomé después de muchísimo tiempo. Que no me arrepiento en lo absoluto de hacer lo que necesito para sentirme mejor y más tranquila. El mundo se nos va por la ventana mientras presenciamos guerras y destierros. Una hace lo que puede para apreciar los privilegios y las oportunidades de la vida.
Lo que pasa es que quizás no estaba preparada para el ajuste que presentan las primeras semanas del medicamento, y no puedo dejar de pensar en cómo me convertí en la única responsable de la jaula en la cual me encerré.
Cuando me reuní con mi psiquiatra (después del milagro de conseguir uno con calendario abierto y citas), este me advirtió que los primeros meses serían unos de ajuste: mi cuerpo y mi mente experimentarían diferentes sensaciones. Me dejó saber que quizás habría que jugar con las fórmulas a través de los primeros tres meses. Que quizás no sería a partir del primer intento, pero que eventualmente regularíamos mi deficiencia crónica de serotonina.
“Mjm por su puesto,” le contestaba al doctor mientras derramaba lágrimas a pesar de mi propia voluntad. “Claro, que sí, no hay problema. Un periodo de ajuste para llegar a la solución.”
Fui diligente y me dirigí al recetario más cercano. Llegué a mi casa con mi nuevo medicamento, empoderada y dispuesta a manejar ‘la depre’ con la promesa de no sentir todo tan intenso. Y continué como si nada, un miércoles cualquiera pero esta vez en la compañía de mis happy pills.
El problema es que a pesar de la mala costumbre de sobre-simplificar mis necesidades, este no era un miércoles cualquiera. No podía ser una semana regular. En mi afán de ser la persona “fuerte”, comencé el tratamiento sin decirle a nadie más que a mi esposo (obvio, si él vive conmigo).
Y así sin más, un día después, me desaparecí del mundo.
Sentí que la tierra se abrió y me llevó hasta el fondo con tanta velocidad que no sabía diferenciar una crisis de otra. Mi mente se convirtió en el Expreso Las Américas en dirección a Caguas a las 5:00pm en día de semana. La memoria de la última vez que tomé vitaminas (hace meses) le gritaba a la necesidad de renunciar a mi trabajo (de manera inmediata), que a su vez intentaba ser escuchada a través del ruido de cualquiera de los conflictos bélicos activos en el mundo y el precio exorbitante que pagué por una docena de huevos los otros días. El insomnio se asentó en mi cuerpo, y en vez de poder contar ovejas a la hora de dormir, mi cerebro parecía una noche de karaoke en La Sombrilla Rosa. Todo a la vez, sin saber cuándo sería la última llamada.
Quiero dejar meridianamente claro que tomé la decisión de empezar tratamiento sin prejuicios. Nunca he sido el tipo de persona que ve el uso de medicamentos para la salud mental como algo negativo. Al contrario – si llevo desde los doce años capeando aspirina para manejar el dolor menstrual, me parece más que lógico el uso de antidepresivos para manejar el monólogo mental que nos traiciona. No es una debilidad, ni una derrota: es una opción responsable para quienes necesitan otro tipo de apoyo de manera informada y acompañada.
Énfasis en acompañada.
Soy “la amiga fuerte”, la que puede con todo sin pedir nada. Cuando me necesitas, estoy ahí. Tengo un grado en psicología de la calle y no hay consuelo o consejo que no pueda dar. Desde la high he sido buena para sentarme con mis amigues y hablar por horas. Si hay un problema, hay una solución – o por lo menos compañía y mi necesidad de ser pañuelo de lágrimas. Mi oficina son cafés, salas (tanto de espera como de hogares), barras y cualquier otro lugar que tenga suficiente señal para una conversación por FaceTime. No hay crisis existencial, corazón roto o riña que no haya mediado para las personas que más atesoro. Y a pesar de hacer todo esto con amor y orgullo, en estos días no paro de pensar en el por qué no me permito buscar de lo mismo.
Nadie me lo pidió, pero cuando sentí que mis emociones intentaban ahogarme, me escondí en mi cueva. Fue fácil: somos personas inmensamente ocupadas y mi guille de La Fuerte™me hizo mantener este nuevo proceso entre me, myself and I.
¿Por qué se nos hace imposible pedir ayuda? ¿Por qué somos consistentes con todo el mundo excepto nosotras mismas? ¿Cuántas andamos por el mundo, sintiendo la soledad de nuestros pensamientos pero incapaces de admitir que nos necesitamos? ¿Cuándo asumimos esa responsabilidad y determinamos que daríamos todo sin permitir que otras personas hagan lo mismo? Maldita la costumbre de considerarnos un estorbo porque sentimos.
No me queda más que concluir que ser “la amiga fuerte” es una trampa de nuestro propio diseño. Creamos los garrotes uno a uno, sumando cada instancia que decidimos encerrar nuestras emociones en vez de enfrentar la posibilidad nombrarlas en voz alta. Sin saberlo nos encerramos a nosotras mismas porque, ¿cómo es posible deshacer esa ilusión que nos protegió del mundo y nos hizo ver tan valientes por tanto tiempo?
A pesar de mi instinto de correr al confort de no tener que explicarme, quiero plantar los pies en la tierra y entre lágrimas poder admitir que no, a veces no estoy bien. Tengo que luchar contra el vicio en mi cabeza de ser la persona que creo que otres quieren que sea. Tengo que darme la oportunidad de finalmente ser la persona que siempre debí ser: una que quiere sentir ternura, vulnerabilidad y el abrazo de quienes ama cuando todo se siente demasiado pesado. ¿Qué pasaría si nos permitimos la oportunidad de decirnos lo que verdaderamente sentimos más allá del miedo?
Estoy cansada de ser fuerte – de pretender serlo. Quisiera decir que tengo la solución perfecta o un plan estratégico y estructurado para mi salida vulnerable ante el mundo. Que como todo lo demás en la vida, tengo la fuerza para poder asumir esta nueva responsabilidad de dejarme ver. Pero me parece que esto es algo que se aprende en el camino, cultivando paciencia y cariño hacia las partes más oscuras de mi para recibir la luz de quienes me rodean. Aún no tengo la fuerza, pero tengo el interés, la necesidad y el llamado a hacerlo.
Dicen que no hay mal que dure cien años, pero da igual si son años o segundos cuando lo enfrentamos desde el miedo y la soledad. Quizás podríamos acelerar el tiempo si nos permitimos tomarnos de la mano.
Aún no estoy del todo bien, pero trabajo en sanarlo. Este es mi punto de partida, mi grito de guerra para darle a mi alma una fuga hacia el alivio y la compañía. Ya no quiero ni busco ser “la amiga fuerte”. Quiero aprender a ser tierna, abierta y lo suficientemente delicada para caer. Porque sé que siempre habrá alguien que me agarre del otro lado.
Ojalá esto te inspire a hacerlo conmigo.
Contigo en crisis,
ale-marie
Todos necesitamos apoyo. Increíblemente honesto y vulnerable el escrito. Un abrazote!
Ale, esto me dio bien bien fuerte. Me llevo esto: “Maldita la costumbre de considerarnos un estorbo porque sentimos”…
Recordarme que YO también puedo sentir y eso está bien.
Mucho amor para ti 💓