Mis disculpas adelantadas por la narración, pero actualmente son las 11:01pm y tengo sueño. 🙃
Este es otro de esos temas que se me da mejor hablar con tres spicy margaritas de La Penúltima. Yo no soy más que una boba con un blog, pero creo fielmente en lo que voy a decir a continuación: La falta de espacios para conocernos y crear comunidad bajo nuestras propias reglas está creando un monopolio sobre la felicidad. Tener que vivir la mayoría de nuestras vidas en línea no solo nos ha aislado, sino que it’s made us into big time haters complicando nuestra relación con la alegría.
Quiero decir, a’lante, que I’m the biggest hater. No quiero que pienses que me proyecto de una manera que esconde lo que verdaderamente soy: un one-woman show de Statler and Waldorf durante cualquier binge de reality TV o contenido cuestionable en la hora 3 de scrollear en TikTok. I, too, live for the drama (de hecho, uno de mis buenos amigos me llama TNT porque “we know drama”). Pero recientemente empecé a entender el impacto y el agarre que tienen estos espacios virtuales sobre mi salud emocional y capacidad de estar – y cómo yo me he desarrollado en ellos.
Antes de llegar a la era moderna de tomarnos ‘breaks’ de las redes sociales, teníamos la oportunidad y los espacios para encontrarnos a menudo y de frente. Contábamos con lugares seguros y accesibles para disfrutar en comunidad sin ningún propósito más allá de estar.
A pesar de no estar conectades 24/7, teníamos la certeza de encontrarnos en nuestros espacios designados de jangueo fuera de las escuelas o los trabajos. Si no nos podíamos ver en persona, entendíamos perfectamente que en algún momento íbamos a chatear por MSN Messenger, o que nos llamaríamos después de las 9pm para evitar los cargos por llamadas. Sabíamos pasar horas haciendo nada en conjunto – nos juntábamos para ello. Ahora, a pesar de estar más conectadas que nunca, el tiempo que nos ahorramos en esperar llamadas de teléfono o conectar el dial-up se distribuye en trabajar más horas y ‘compartirnos’ por las redes sociales, consumiendo contenido y compartiéndonos memes.
Y entiendo – no tenemos muchas opciones. Los espacios que nos vieron crecer ya son lotes abandonados, estacionamientos o megatiendas (Discovery Zone de Montehiedra, they could never make me forget you!). Al final del día, el cansancio y/o los recursos compiten con la necesidad de satisfacer nuestras necesidades más básicas. Es casi una negociación decidir entre poner una tanda de ropa a lavar o finalmente descansar. Pensamos en ver a nuestras amistades, pero total, son pocos los espacios que nos quedan a buena distancia sin tener que pagar $40 por vernos dos horas, antes de que pique el sueño. (Si no has leído o escuchado sobre los terceros espacios, te ofrezco este pequeño rabbit hole que explica lo que son y por qué estan en peligro de extinción.)
Inevitablemente, we turned to social media para entretenernos. En vez de ser un espacio que visitamos, las alternativas a nuestro alrededor fueron cerrando y las redes se convirtieron en nuestro cotidiano. O sea, yo crecí en foros de los early 2000s – estuve crónicamente en línea antes de que existiera el término. Tuve que haber descargado el audio de Bill Clinton más de 100 veces por Limewire y me enseñé a mi misma cómo usar Photoshop CS2 en YouTube después de descargarlo por torrentes argentinos. Construí toda una carrera alrededor de mi pasión por las comunidades digitales y me ha llevado a conocer a personas de todas partes del mundo. Pero toca admitirlo: I’ve a feeling we’re not in Kansas early 2000s Tumblr, anymore.
El screentime promedio a nivel global de las personas es de 6 horas y 40 minutos al día. Pasamos ¼ de nuestros días en las redes sociales, sumando y restando nuestras vidas con las versiones alteradas que vemos a través de nuestras pantallas. Utilizamos de nuestras preciadas horas de descanso para compartirnos y compararnos como sustituto a la interacción social. Y ahora se ha convertido en costumbre nocturna balancear nuestras emociones entre agradecimiento y resentimiento con cada movimiento del pulgar.
Los espacios que alguna vez fueron de curiosidad, exploración y comunidad ahora están sobresaturados por algoritmos. En la era post-capitalista, estar en línea nos convierte tanto en consumidores como en el producto. Nuestra participación – que nació de querer conectarnos con amistades y personas con gustos y experiencias similares – se redujo a porcentajes de “engagement” y términos como el ‘attention economy’. Poco a poco, el marketing comenzó a ocupar espacio en nuestras pantallas hasta que, de repente, los anuncios se convirtieron en el contenido.
And it’s jarring as fuck. Un segundo estamos viendo la parte 38 de ‘Who the f did I marry?’ y en otro vemos imágenes de la crueldad humana al otro lado del mundo. Un genocidio se transmite en vivo a través de TikTok mientras intentamos pagar la renta. Pero, no te preocupes, porque si sigues buscando, encontrarás otra compilación que revela cuáles son las tendencias que nos delatan como Millennials pasados de fecha. Nuestros algoritmos nos recuerdan cada vez más de todo lo que no tenemos, todo lo que nos hace falta y todo por lo que debemos sentir agradecimiento. Y sin darnos cuenta, le perdemos el hilo a quién merece la alegría.
Aquí es que pediría un martini. 🍸
Del mundo que nos rodea hemos aprendido que nada es permanente, sostenible o infinito. Y sin querer, le hemos aplicado la misma estructura a la habilidad de sentir alegría. Las sociedades que colapsan, las especies que se extinguen, las inclemencias del clima que sufrimos – todas nos enseñan que nada es para siempre, y que no hay de todo para todo el mundo. Y porque somos criaturas humanas y vulnerables, vemos la alegría como los ríos que se secan o los derechos que nos restan: recursos indispensables de los cuales siempre disfrutarán algunos pocos.
No sé si se debe a la percepción de anonimato o ausencia de consecuencias, pero las redes se vuelven cada vez más hostiles. La epidemia de soledad que experimentamos se mezcla con la necesidad, y exigimos gratificación instantánea – exigimos sentirnos bien, mejor y ahora. De utilizar los espacios virtuales para explorarnos y crear comunidad, entramos a estas plataformas para informarnos o ver a otras personas vivir la vida que anhelamos pero no tenemos. Nos convertimos en observadores, algunas veces participantes, porque no nos consideramos personas dignas o lo suficientemente interesantes para participar de la nueva economía virtual que pagamos con nuestro tiempo.
Creamos relaciones parasociales con personas que no conocemos – nos sentimos dueñas de su tiempo, de sus explicaciones. Arremetemos violentamente contra lo que se nos hace ajeno o no entendemos. Tenemos menos paciencia porque la ansiedad que sobrevivimos exige canalizarse, exige reparaciones. Nos hacemos daño. No sabemos cómo relacionarnos. Nos enfermamos de la infelicidad.
Y, ojo. No estoy diciendo que el resentimiento es injustificado. En ocasiones, vocalizar y accionar sobre ese resentimiento puede ser una consigna y llamado a acción como el Celebrity Block Party que se celebró a través del fin de semana (tl;dr: millones de personas se organizaron a través de TikTok e Instagram para bloquear celebridades por su silencio y complicidad ante el genocidio en Palestina) o las conversaciones importantes sobre el rol de les ‘influencers’ ante problemas sociales luego del simulacro de los Premios Influencers en Puerto Rico.
Lo que sí estoy diciendo es que sobrevivir este sistema nos quita tanto que a veces nos permitimos pensar que hay un límite a la capacidad que tenemos de sentir y disfrutar de la alegría. La exportamos, la sentimos como algo que no nos merecemos por lo que nos han dicho o lo que hemos internalizado. Caemos en la trampa de pensar que la alegría de otras personas es a costa de la nuestra, y vamos desde hacernos daño por compararnos hasta incluso causarle daño a quienes erróneamente responsabilizamos por nuestras necesidades.
No creo que exista un monopolio sobre la felicidad. Si existe, es creado artificialmente como todo lo otro que nos hace daño. Lo que sí existe es un monopolio sobre nuestros recursos, tiempo, espacios, energías. Se ejerce por quienes toman las decisiones desde el poder, haciéndonos creer que nuestra falta de comunidad y estabilidad son comodidades que se resuelven a precio. Se orquestra sembrando el odio y la rabia contra quienes nos rodean. Nos hacen creer que necesitamos una lista llena de lujos más allá de la satisfacción, incapaces de ser felices si no tachamos cada línea. Le han querido poner un precio a nuestra alegría.
Nuestra relación con los espacios virtuales está cambiando activamente. Nos cohibimos de ser nuestras versiones más auténticas en línea. No queremos “restregar” nuestra felicidad en tiempos de miseria. No sentimos que tenemos algo ‘productivo’ que aportar. Tenemos miedo a ser catalogadas como ‘cringe’ por expresarnos en relación completamente opuesta a los aesthetics y códigos del momento. Y poco a poco, vamos recortando y eliminando todo lo que alguna vez nos atrajo a estos espacios por miedo a no ser suficientes o ser rechazades.
¿Recuerdas cuando dije al principio que I was the biggest hater? Lo mantengo. Lo reconozco. Lo siento. Hating is not my problem – quiero ser más intencional con ello. Quiero hatear contra lo que intenta dictar nuestra humanidad, que intenta regular nuestra alegría. Quiero gritarle a los cuatro vientos que juzgar a la gente por no estar ‘on trend’ no nos hace mejor personas, o que pensarte mejor por no ver La Casa de Los Famosos doesn’t make you as edgy as you think it does. Quiero que aceptemos que podemos hacer espacio para nuestras decepciones, entendiendo que siempre habrán condiciones peores sin que eso merezca nuestro silencio. En resumen, quiero que aprendamos que cada persona merece la autonomía para definir y disfrutar de la felicidad. Y que luchemos férreamente para defenderla.
Creo que es hora de retomar estos espacios virtuales y compartirnos de las maneras más auténticas y nuestras que podamos lograr. Nos debemos el retomar y recrear las plazas públicas virtuales para dar paso a terceros lugares que nos permitan el intercambio de ideas, de conocimiento y diversión sin importar las barreras sociales o físicas. I’m asking you to embrace the cringe, olvidándote de lo que puedan pensar las otras personas y tú de ellas para retomar nuestras vidas.
A pesar de lo que podamos pensar, la alegría es una fuente de energía renovable. Se encuentra en todo, incluso en los momentos más oscuros de nuestra historia, iluminando a quienes recibe. Es de lo poco que nos queda que es verdaderamente nuestro, con una capacidad ilimitada de crear lazos y darle sentido a nuestras vidas. Tenemos un mandato para defenderla por el resto de nuestros días.
Mientras evaluamos cómo nos moveremos en esta nueva etapa y priorizamos nuestro bienestar, tenemos la oportunidad de retomar nuestra atención y dirigirla a crear comunidad en línea. Podemos movernos más allá de los números, de los porcentajes, para darle paso a experiencias que nos nutran y completen. A ver si así finalmente empezamos a entender nuestra alegría como un acto de rebeldía y resistencia.
Contigo en crisis,
ale-marie
Gracias por compartir! Me llegó❤️🩹
Me identifico un montón con esta entrada. Gracias por compartir.
Me encanta tu blog y me encantan tus memes. ✨